GRISES

 

 

GRISES

 

Transitaba tan sumergido dentro de mí, que no percibía en qué lugar nacía aquella bruma, ni cómo se extendía por sobre todas las cosas.

La conciencia se imponía sobre los sentidos y la razón removía el mundo interior.

La vida exterior había cambiado tanto, que consideraba no estaba apto para vivirla.

En esta situación, el mundo interior no sólo servía de refugio, sino que los rastros del pasado, con sus valores y conductas, alimentaban la sed de existencia.

Caminaba por la Avenida de la Hipocresía y al llegar a la proa que forma con las calles Desánimo y Abatimiento, me detuve para salir afuera y contemplar las cercanías.

No brillaba nada en el espacio. Los anaranjados estaban tan ausentes, como los azules, rojos y verdes. La falta de ocres hacía sentir nostalgias de la cálida presencia del sol.

Como vomitado desde el cielo, dentro de una cerrazón más espesa a cada instante, el gris lo invadía todo.

Quieto, me detuve a pensar si aquello era vida. En el caso que se disipase la cerrazón que todo homogeneizaba, dudaba si podría llegar a ser vida, el gris inmaculado.

Estaba muy lejos de la visión brillante, de la multiplicidad de colores, de la luz del pasado. Presa por las circunstancias, se ha dormido la voluntad.

Pero a cada despertar, se subleva en un grito que se expande desde la celda, por toda la prisión.

El ingreso y salida del interior, en un perfecto movimiento de péndulo, me sitúa y me evade de la subsistencia.

Acaso ese movimiento es mi realidad, el fundamento de mí existir.

Parado en la proa, esperando no sé cual respuesta, llegué hasta el límite de la desilusión.

Pero otra vez, vuelve el ataque de la rebelión interna en busca de liberar la voluntad, para salir al encuentro de otros horizontes.

Me sorprendí, cuando en medio de las meditaciones, se desprendió de la niebla una hilera de seres extraños, que marchaba por la calle en dirección al este.

La atmósfera espesa me privaba conocer el detalle, por el cual los individuos me resultaban raros, extravagantes.

Recién al pasar frente a mí, descubrí la particularidad.

Eran seres humanos que en el lugar del cuello tenían un muñón, una señal que allí había existido una cabeza.

Al principio sentí un fuerte rechazo. Por qué no, temor. Pero luego al ver su marcha lenta hacia el ocaso, me invadieron la compasión y el asombro.

¿Qué eran aquellos seres que aumentaban la soledad pese a su presencia?

Nunca había visto nada parecido.

Sin embargo, al final de la hilera, pude observar algo distinto.

A medida que se aproximaba, un individuo más pequeño, con uno de sus brazos apoyados en la cintura, venía en dirección a mí. La situación hizo, que minuciosamente, explorara su figura.

La flacidez de su cuerpo, el muñón que lucía y la ropa puesta, eran iguales que los demás, pero sobre la mano que sujetaba la cadera, descansaba una cabeza.

Era el único que portaba un cráneo… ¡y fuera de su lugar natural!

Y esa cabeza, me dijo:

– Necesito tu ayuda.

Creí morir. Sentí el arrebato que provocan las emociones encontradas.

Enmudecí por un instante.

–                   De todos los que han perdido la cabeza, fui el único que me agaché para recogerla, pues es mía y deseo mantenerla –continuó.

Poco a poco sentí que volvía la calma. Me animé a pronunciar palabras, al menos, las que en aquel momento parecían más apropiadas.

-¿Puedes aclararme quienes son ustedes? ¿Qué son…?

-Seres humanos como tú. Hemos sido sometidos a un aprendizaje desde la infancia y llegado el momento, por esa causa, perdimos la cabeza.

-¡Increíble! –Exclamé asombrado.

-Perdidos los paradigmas normales, ocuparon su lugar las sentencias devenidas del poder. Éste piensa por todos, y sus instrucciones son los imperativos para actuar. Así se mutiló la función racional, nuestros cerebros se secaron y las cabezas cayeron.

Fuimos estrujados. Ahora somos inútiles y vamos camino al final.

-¿En qué podría ayudarte? –pregunté con ansiedad.

-Si pudieras colocar esta cabeza en su lugar –mostraba el cráneo entre sus dos manos –sería mi salvación.

II

No sé como pude hacerlo. Después de mucho trabajo logré encajar aquella masa en el muñón. El fluir de la sangre fue como un torrente dentro de ella. Durante minutos reaccionó al igual que una máquina sin control. Miles de palabras sueltas, sin sentido, fueron emitidas al aire como testimonio de lo que estaba sucediendo. El individuo tenía buen conocimiento del diccionario.

Luego, lentamente, el entendimiento, la capacidad, inteligencia, talento y el seso, regresaron. Y con ellos la razón y la voluntad.

-He sido esclavo de pensamientos prestados, la educación proselitista,  no me permitió crear mis propias ideas. No había nada mejor que el mundo que nos ofrecían, por esa razón, se perdió el interés de perseverar, se perdió la voluntad. Un hombre sin voluntad es un esclavo y es llevado al camino elegido por los más fuertes.

Sus palabras me hirieron profundamente. De inmediato comparé su situación con la mía. No me había sentido feliz a pesar de gozar del libre albedrío. Pensé en lo que sentiría él que había sido digitado desde la infancia.

Recordé el pensamiento de Ortega y Gasset. “Yo soy yo y mi circunstancia”, y la trascendencia de ésta en la persona. Indudablemente, la de éste ser lo había sometido, privándolo de las facultades y derechos naturales del hombre. Sin embargo, el sentimiento de rebeldía subyacente, afloró al encontrar una ayuda.

Querer ser, lo que realmente se es. Sentir que la humanidad brota por todos los poros y se constituye en vital esencia. Ser hombre libre, por sobre todas las cosas. Vestigios escondidos en la naturaleza del individuo. Decir con el poeta latino Quinto Horacio Flaco (65 AC. A 8 AC.): “Lo que hace falta es someter a las circunstancias, no someterse a ellas.”

Pensé en las distintas rutas que nos esperaban, toda vez que lo sucedido deja inevitables huellas.

III

Lo observé antes de que partiera. La cabeza en su lugar, no le quedaba grotesca. Se veía muy normal.

Pensé que se iría en la misma dirección que llevaba la hilera de seres, con la que había llegado.

No me desconcertó que eligiera otro rumbo.

Entendí que pese a sus limitaciones, ahora estaba en condiciones de escoger la huella, que su voluntad le llevaría a estampar.

La niebla había cedido. Los crudos grises estaban vivos frente a mí.

Después de lo acontecido, entendí, que solamente la voluntad, podía cambiarlos.

Nelson Barreiro Gougeon