Es un libro erotizado, es decir, invadido amorosamente por las flechas certeras de Eros, que se hunden en el pecho y otras zonas de amor, para despertar al cuerpo y los sentidos de su letargo.
Gioconda se me antoja apasionada hasta el tuétano, irreverente, sensible y dulce. Como esa miel que puede escandalizar a algunos, pero que, en realidad, dulcifica y da blandura a la rigidez que la moral y los preceptos, los prejuicios y preconceptos pretenden hacer con el amor, la pasión y los cuerpos que se aman.
Pero la antología contiene más que eso. Dolor por el país propio que traiciona los sueños y mutila los ideales. Que expulsa a sus habitantes heridos de orfandad. Y que, a la vez, cuece en sus aguas turbias caldos de creación. Y en la grieta de las heridas, torrentes profundos, sensibilidad y exquisita percepción.