LA PATRIA VIEJA
Artigas años 1811 a 1825
Bicentenario
Por la Escritora e Historiadora
Dra. Irma Lamanna
¿Qué período de nuestra historia estamos evocando cuando se le designa
como “La Patria Vieja”? Sintetizando la respuesta en pocas líneas,
podemos decir que comprende el lapso que señaló el auge de Artigas
entre el 25 de febrero de 1815 y el 20 de setiembre de 1820 en que este
decide retirarse al Paraguay, poniendo así fin a su campaña en la
provincia Oriental.
Para adentrarnos con propiedad en ese período, primero debemos
retroceder en nuestra historia, por lo menos hasta el 18 de mayo de
1811, día en que las armas españolas dominadoras de esta América,
experimentaron su primera derrota en manos de Artigas en los campos
de la localidad de las Piedras.
Distintos autores, reconocidos en estrategia y traídos a la memoria por
Washington Reyes Abadie y Vázquez Romero en su obra “Crónica general
del Uruguay”, refiriéndose a la empleada por Artigas en esa oportunidad,
la comparan a la que empleara Napoleón Bonaparte en la batalla de
“Castiglioni” al borde del lago de Garda contra los austríacos.
Coloquemos a los protagonistas en el lugar que le correspondió a cada
uno, para apreciar como se movieron las piezas en el tablero de nuestra
Historia.
Dentro de Montevideo, el Gobernador Javier de Elío, acompañado por
españoles, patricios y criollos, adeptos a la corona de España y a su rey
Fernando VII, a quienes se les conocía por el nombre de “empecinados”.
Frente a ellos José Artigas, vencedor, esperando la entrega de la plaza.
En Buenos Aires, Capital del Virreinato del Río de la Plata, sus
autoridades, que en su afán centralista sólo entendían dominar sobre la
región, codiciando además el puerto de Montevideo.
El 20 de mayo las milicias orientales ponen sitio a la ciudad de
Montevideo, exigiéndole Artigas a de Elío la entrega de la plaza y exhortando a la vez al Cabildo a que interponga sus buenos oficios en pro
de la concordia. Dice Artigas en esa oportunidad “que a él se dirige,
porque de su conducta dependerá el obtener gloria eterna o eterno
oprobio.”
Debemos tener presente que hasta ese momento, Artigas, con el grado
que se le había conferido, guardaba lealtad al gobierno español y a su rey
Fernando VII, a la vez que exigía el reconocimiento de la Junta Provisoria
de Buenos Aires, constituída en salvaguarda y defensa del soberano
español.
Ante la respuesta negativa del gobernador de Elío, Artigas pone sitio
desde el Cerrito de la Victoria a Montevideo, acercándose luego y
estableciéndose en la zona del Cordón. En junio de 1811 se le incorpora
Rondeau, enviado desde Buenos Aires, estableciéndose este último en
Arroyo Seco.
La reacción de de Elío se manifestó en dos sentidos: por un lado expulsa
de la ciudad a todos los sospechosos de apoyar a Artigas y entre ellos a
los religiosos franciscanos. Por otro lado pide auxilio a la Corte de Brasil,
que llegó a enviarle tres mil hombres al mando de Diego de Souza.
No caben dudas de que la situación era complicada para la Capital del
Virreinato. El ejército enviado al Alto Perú había sido destruido en el
encuentro de Huaqui: el avance portugués que se hallaba en las
proximidades de Maldonado a lo que debe agregarse la presión de
Inglaterra a través de Lord Stangford que procuraba mantener la paz en
el Río de la Plata a fin de salvaguardar sus intereses comerciales, le
ofrecía un panorama de dificultades.
No es de extrañar pues, que se iniciaran tratativas de paz entre Buenos
Aires y Montevideo y en octubre del año 1811 se firmara entre sus
representantes, un armisticio, que es repudiado por los orientales. En el
cuartel general de Rondeau, establecido en la panadería de Vidal, ubicada
en la manzana limitada por las calles Lorenzo Fernández, Pedernal,
Joaquín Requena y Yaguarí se celebra una asamblea a la que asisten
Larrañaga, Ortiz y Jefes Orientales quienes se manifestaron por mantener
el sitio.
Una segunda Asamblea, que cuenta con la presencia de Artigas, se lleva a
cabo en la quinta llamada de “la Paraguaya”, más precisamente en el
predio ocupado hoy por el Instituto Crandon.
No habiéndose logrado un acuerdo, puesto que los orientales agrupados
alrededor de Artigas, quienes además de no haber intervenido en las
conversaciones entre Buenos Aires y Montevideo quieren continuar las
hostilidades, el 23 de octubre de 1811 se reúnen en el Paso de la Arena y
proclaman a éste como Jefe de los Orientales.
En realidad no siempre se le ha reconocido a esta fecha y a este acto su
cabal importancia. Los orientales por primera vez se sienten y se
manifiestan como pueblo independiente y así lo recuerdan los jefes
divisionarios artiguistas al dirigirse el 27 de agosto de 1812 al gobierno
de Buenos Aires en los siguientes términos: ….. “el armisticio con
Montevideo había roto el lazo (nunca expreso) que ligaba la obedi
encia de los orientales al gobierno Bonarense.”
A raíz del armisticio, Rondeau abandona Montevideo, volviéndose a
Buenos Aires y Artigas nombrado, por el Triunvirato que gobierna
Buenos Aires Teniente gobernador del departamento de Yapeyú en las
Misiones, se encamina hacia el norte: en abril pasa a instalarse en tierra
oriental en la desembocadura del Ayuí.
Al emprender su camino hacia el norte, Artigas es acompañado por el
pueblo, en aquel episodio que la historia recoge con el nombre de “Éxodo
del Pueblo Oriental”, o por la “Redota”, dicho en lenguaje gauchesco.
¿Porqué el pueblo fue tras él?. Como dice Pivel Devoto “el hecho integra
esas conmociones colectivas que no son sencillas de explicar pues no
responden a una sola causa o razón. Quizás podamos señalar algunas de
ellas: la miseria que se abatía sobre nuestra campaña; el temor a los
portugueses llamados por Elío; el odio a los “godos”, como se llamaba
despectivamente a los españoles; la inseguridad que acusaba nuestra
campaña con vagos y charrúas que diezmaban las haciendas y por último,
sin duda alguna, la atracción que ejercía Artigas, quien mantenía, con su
lenguaje gauchesco y llano, una fluída comunicación con el pueblo.
Alejado el peligro portugués, vueltas sus fuerzas a Brasil; superado en
parte el efecto del desastre militar del Alto Perú, disipado el peligro que
Paraguay apoyara, uniéndosele a Artigas, el Gobierno Bonaerense
resuelve sitiar por segunda vez la ciudad de Montevideo, gobernada ahora
por Vigodet. El 26 de febrero de 1813, nuevamente se reincorpora
Artigas al Sitio con Rondeau, al mando superior éste de las fuerzas
sitiadoras, estableciéndose aquel en el paraje conocido por Tres Cruces;
donde se halla en la actualidad el Hospital Británico, entonces quinta de
Cavia.
Mientras se mantiene sitiada Montevideo, las autoridades porteñas,
advertidas de la necesidad de organizar políticamente a estas Provincias
del Plata, convocan a integrar la Asamblea Constituyente establecida en
Buenos Aires. A su vez, a efectos de designar sus representantes en dicha
Asamblea y munirlos de las instrucciones necesarias, Artigas los convoca
en el lugar que le servía provisoriamente de domicilio, a saber, el
domicilio de Manuel Sainz de Cavia. Es en esa oportunidad que dicta las
Instrucciones del año XIII, a las que dichos delegados debían ajustarse y
que en lo medular sostienen:
Primero – La independencia absoluta de estas colonias liberándolas de
su obligación de fidelidad a España y los Borbones. Segundo –
Establecer el republicano como único sistema de gobierno. Tercero –
Régimen de Confederación con las demás Provincias del Plata, mediante
la aprobación de un pacto recíproco. Cuarto – Buenos Aires, al igual que
las otras, sería una provincia más, eliminándose así su supremacía y afán
centralizador.
La actitud de la Asamblea Constituyente, era de esperar, fue el rechazo de
los delegados orientales, alejando defectos formales en su sistema de
designación, pretexto éste con el que pretendieron encubrir el motivo real
de su conducta: los principios que venían a sostener los delegados
artiguistas, chocaban con sus intereses de mantenerse como rectores de
las Provincias del Plata.
Procurando recomponer la situación, en un segundo intento, se acuerda
entre Artigas y Rondeau, celebrar un segundo Congreso que procedería a
designar, subsanando todo defecto, a los delegados orientales a la
Asamblea Constituyente la que debía finalmente acordar la organización
política de estas provincias. Esta nueva convocatoria quedó señalada para
el día 15 de noviembre de 1813, realizándose las sesiones los días 8, 9 y
10 subsiguientes.
Tampoco este segundo intento logró resultados positivos.
Rondeau, por designio personal y omitiendo toda citación al Cuartel
General de Artigas, dispuso que el congreso se realizara en su cuartel
General, en la Capilla del Niño Jesús, ubicada en la chacra del extinto
Francisco Maciel en las márgenes del arroyo Miguelete.
Artigas había dispuesto que sus delegados, previamente a su
comparecencia al Congreso convocado por Rondeau, se hicieran presente
en su cuartel general para recibir indicaciones y determinar sobre las
actas del 5 de abril, actas que entre otras cosas, contenían el texto delas
Instrucciones.
En su primera sesión el Congreso de la Capilla Maciel, resuelve aprobar
los poderes de los diputados orientales; invitar a Artigas a concurrir al
Congreso, dándose lectura al oficio enviado por aquél, manifestando que
no concurría al mismo y atento al desaire que se le infiere “no tenía que
exponer ni documento que remitir”. Esta actitud traducía la reacción de
Artigas ante el hecho que se hubieran desconocido sus órdenes y se
procediera por Rondeau a convocar directamente a los representantes
artiguistas omitiendo así la concurrencia de éstos a su Cuartel General,
donde serían instruidos e informados acerca de la posesión a sostener
en el Congreso.
La indignación de Artigas no se limitó a su ausencia, sino que el 10 de
diciembre la sesión del Congreso fue interrumpida por la presencia de un
enviado especial de su parte, el Capitán Félix Gregorio de Aguiar,
portando un oficio acusador, en el que fundamentaba su desconoci
miento a todo lo actuado, recordándoles la necesidad de estar a lo
dispuesto en las Actas de Abril en las que se hallan consignadas la
Instrucciones, y termina diciendo: “… vosotros podeis romperlas pero
debeis tener la prudencia de examinarlas”, advirtiéndoles que escribiría a
todos los pueblos “para ver si éstos están de acuerdo con lo actuado”.
El pueblo oriental queda dividido en dos bandos. Por un lado, los
“hombres principales” que querían transar con Buenos Aires; por otro, la
inmensa mayoría que acompaña a Artigas, quien, reafirmando su
posición adopta varias medidas, a saber: envío de una circular a todos los
pueblos, consultándolos acerca de lo actuado en el Congreso de la Capilla
Maciel; prohíbe la publicación de cualquier bando que no fuera el suyo y
propone a Rondeau la celebración de un nuevo Congreso. Esta última
propuesta fue rechazada, lo que motivó que Artigas no sólo se retirara
del sitio, sino que iniciara además, en la madrugada del 20 de enero de
1814, la que se llamó “La marcha secreta”, por ser su rumbo
desconocido.
El gobernador de la plaza sitiada – Vigodet – procura atraerse a Artigas,
enviándole comisionado que éste rechaza, a la vez que similar repudio
recibió de Ortogués a quien también procuró llevar a sus filas. Buenos
Aires respondió al retiro de Artigas declarándolo traidor y por un bando
del 11 de febrero de 1814 ofrece seis mil pesos a quien lo entregue “vivo
o muerto”.
Retirado en Belén, obtiene la incorporación de las provincias de Entre
Ríos, Corrientes y Misiones, plegadas así al régimen federal, creándose la
Liga Federal, siendo proclamado “Protector de los pueblos libres”.
Contribuyen a esta decisión diversos hechos, que pasamos a enumerar:
1) La victoria de Ortogués en Espinillo sobre el comandante porteño,
barón de Holmberg. 2) La de la Cruz, obtenida en conjunto entre Blas
Basualdo y el comandante Mattiauda. 3) El pronunciamiento de las
milicias rurales de Corrientes con su jefe Juan Bautista Méndez y 4) quizá
la más significativa la entrega de la plaza de Montevideo por parte de
Vigodet, a consecuencia de la victoria, en la zona del Buceo, de la
escuadra del almirante Brown, sobre la flota realista.
Dicha entrega tuvo lugar el 20 de junio de 1814 a manos de Nicolás de
Vedia, quien la recibió a nombre del dirigente porteño Alvear. La
desastrosa jurisdicción porteña sobre Montevideo se extendió en el lapso
comprendido entre el 23 de junio al 25 de febrero de 1815, levantando
resistencia en la sociedad montevideana por sus reiterados atropellos
violatorios de los términos del acuerdo alcanzado con Vigoret. La victoria de Guayabos (un paso sobre el Arerungúa) obligan a Alvear a abrir
negociaciones de paz comisionando a tal fin a Nicolás de Herrera y a
Lucas Obes.
El 25 de febrero de 1815 proceden los porteños a evacuar la plaza no sin
antes destruir gran parte de los archivos depositados en el Fuerte y su
saqueo consiguiente, llevándose la imprenta conocida por la “Carlota”, en
razón que había sido regalada por esta princesa portuguesa y provocando
la explosión de la pólvora que destruyó gran parte de las Bóvedas.
Se procedió en los primeros días de marzo a designar el nuevo Cabildo y
así, con la entrada de Ortogués a la plaza, el 26 de febrero de 1815, se
inicia el período, que la historia ha dado en llamar la Patria Vieja.
Empero, las relaciones entre Ortogués y el nuevo Cabildo distaron de ser
cordiales, a tal punto que las continuas fricciones y desacuerdo,
decidieron a Artigas, que se mantenía en su campamento del norte, a
relevar a Ortogues, suplantándolo por Miguel Barreiro el 2 de agosto de
1815. A partir de este momento Artigas encara las medidas políticas,
económicas y administrativas que el nuevo estado de cosas reclamaba.
Comienza por la reorganización administrativa haciendo instalar los
nuevos Cabildos – Gobernadores, electos popularmente bajo el
juramento de cumplir el cargo, bien y fielmente.
Distribuye y señala los límites de cada Cabildo: al de Montevideo, le
corresponde su Capital y extramuros, hasta Peñarol.
- Al de Maldonado, San Carlos, Minas, Rocha y Santa Teresa.
- Al de Soriano, Mercedes y Dolores.
- Al de Guadalupe de Canelones, Pando, Las Piedras, y Santa Lucía.
- Al de San José, Florida y Porongos.
- Al de Colonia, Vacas, Colla y Real de San Carlos.
En cada uno de los pueblos cabeza de departamento, se designa por voto
popular a su respectivo Comandante militar a quienes el Cabildo les
impuso que debían actuar bajo acatamiento de las autoridades civiles.
Preocupación de Artigas fué lograr el asentamiento de pobladores en el
interior. Con ella cumplía dos objetivos: por una parte era una forma de
poblar la campaña y por otra un medio de contener invasiones y
desmanes de los vecinos. Es así que en febrero del año 1816, aprovecha
a dictar las normas a las que deberían ceñirse esos poblados, tales como
el señalamiento en cada uno de los pueblos de plazas y solares,
señalamiento de ejidos, un cuarto de cuadra como máximo se otorgaría a
cada vecino y en las zonas rurales a los que no tuvieran tierras en
propiedad se les podía otorgar, bajo régimen de precariato, hasta seis
cuadras de chacras para sembrar granos.
Entre los pueblos fundados, cabe recordar el de Villa Ortogués, en Cerro
Largo. Rincón de la Tía Ana, donde se levanta hoy la ciudad de
Tacuarembó, que no llegó a materializarse a causa de las invasiones
portuguesas, en campos ceñidos por sus dueños Carlos Montiel y Ana Barbera.
La actual Nueva Palmira, e Higueritas, a lo que debe agregarse el traslado
de las Víboras a la zona de Carmelo.
La tenencia de la tierra y su explotación constituyó otra de las
preocupaciones artiguistas. Hasta entonces el único régimen que se
conocía era el llamado “Indiano” puesto que era tomado de las Leyes de
Indias (conjunto de normas adoptadas por la Corona de España para
regular las relaciones con estos dominios6) y basadas en tres
características principales sobre la forma de adquisición, que puede
sintetizarse de la siguiente manera:
- Obtención de tierra mediante régimen de reparto por merced real.
- Compra a la Real Hacienda en Almoneda.
- Por “composición”, atendiendo a urgencias financieras del Fisco llegándose incluso a consolidar en el dominio de una sola persona, enormes extensiones.
Procurando corregir esta situación el 10 de setiembre de 1815, dicta el
llamado “Reglamento Provisorio de Tenencia de Tierras”. Advirtiendo el
estado ruinoso, el abandono y la desolación de nuestra campaña, Artigas
se dirige al Cabildo de Montevideo impartiéndole lineamientos precisos
sobre la forma de alcanzar “su arreglo”.
La autoridad competente para proceder al reparto de
tierras eran los
Alcaldes Ordinarios que debían ajustarse a la siguiente normativa dictada
por el afán paternalista de ayudar a los desposeídos; a saber, zambos,
indios, criollos pobres y viudas pobres si tenían hijos. Fijada la autoridad
encargada de darle cumplimiento, e individualizando sus eventuales
beneficiarios, se pasaba a dar indicaciones precisas acerca de su alcance y
condiciones. Recibirían graciosamente una parcela de una legua y media
frente por dos leguas de fondo, con la obligación de construir en ella un
rancho y dos corrales en el término de dos meses prorrogables a tres, y
la prohibición de enajenarla o gravarla en ninguna forma.
Cabe preguntarnos cuales serían las tierras a disponerse. El Reglamento
preveía este aspecto, estableciendo que serían aquellas pertenecientes a
los españoles enemigos; las tierras realengas que habían pertenecido a
los Reyes de España; las donadas entre los años 1810 y 1815 por las
autoridades montevideanas, y las efectuadas con posterioridad al
pronunciamiento del 25 de mayo, y cuyas donaciones serían anuladas.
Se decomisaban sin indemnización de especie algunas, “las tierras de los
enemigos”. Si éstos eran solteros se lo hacía en su totalidad. Si fueren
casados se les reservaba según el número de hijos que tuviere cada uno.
Impregnado de buenas intenciones, el Reglamento distó de dar los frutos
que se esperaban de su aplicación. Por una parte la renuencia y hostilidad
de los poseedores a la entrega de tierra. El desorbitado y desordenado
impulso por aplicarlo de parte de los Comandantes encargados de ello y
por último la indiferencia de la masa, aunque se logró distribuir bastantes
parcelas entre 1815 y 1816, fecha esta última en que comienza la
invasión portuguesa, determinó que naufragara en gran medida la
eficacia de estos repartimientos. Aún más, terminada la era artiguista,
menudearon las demandas y litigios por parte de sus primitivos dueños,
con el fin de rehacerse con sus propiedades, creándose caos y confusión.
El fomento de la agricultura reclamaba medidas complementarias tanto
comerciales como industriales. Se crea así el Consulado con funciones
administrativas y fiscales, a la vez que se reglamenta el ejercicio del
comercio exigiéndose la obtención previa de la matrícula de comerciante
exigiendo un capital mínimo de seis mil pesos. No podían faltar
disposiciones represivas para combatir el contrabando y para ello se
designa a Cipriano Cuenca “para el celo extraordinario de los
contrabandos quien recibirá como retribución el equivalente a un tercio
de lo recaudado”.
Pero el comercio requiere contar con adecuados medios de transporte y
se procede a reglamentar el cabotaje y el uso de las carretas.
Poniendo orden en el sistema de comunicaciones se organiza un sistema
semanal de Correo, mediante el medio entonces disponible que era el
chasque, evitándose así las idas y venidas incontroladas, con los
consiguientes relevos de caballos, que perjudicaban a los vecinos
encargados de proporcionarlos.
En materia cambiaria y ante la escasez de moneda, se recurría
frecuentemente al trueque. No se podía esperar que en una organización
incipiente fuera posible diseñar un sistema monetario sustitutivo.
Por tal razón, continuó manteniéndose como circulante la moneda
española, a saber: el Real de Plata, que era la básica, el peso de ocho
reales y el real de a dos, llamado peseta. Como unidades fraccionarias,
circulaba el medio real, el cuartillo y el vellón de cobre, no faltando entre
las de mayor valor, la onza de oro.
La educación constituyó, dentro de los limitados medios disponibles, un
motivo de preocupación. En su campamento de Purificación, donde
Artigas en el norte del País tenía establecido su centro de acción, funda
una escuela a cargo de los Sacerdotes Ignacio Itazú y José Benito Lamas,
mientras que el Cabildo en Montevideo rehabilitó la escuela gratuita que
funcionó desde el año 1809 a 1812, enviando y distribuyendo “cuartillas”
con rudimentos de enseñanza de escritura y de lectura, reabriéndose en
Montevideo el aula de gramática castellana y latina en el Convento de San
Bernardino.
No resultó exitoso el intento de contar con un medio de prensa.
Como se recordará, la imprenta conocida por el nombre de la “Carlota”
en virtud de haber sido donada por la princesa Carlota de Braganza, (más
con fines de propaganda personal que ilustrativos) había sido llevada a
Buenos Aires cuando Alvear hizo entrega de la plaza a los patriotas.
Habiéndose recuperado, se resuelve por el Cabildo que se editara el
“Periódico Oriental”, encargándose de su dirección a Mateo Vidal. A causa
de su precaria salud, Vidal renuncia a tal cometido, sustituyéndosele por
Larrañaga quien presenta su dimisión a consecuencia de unas
instrucciones impartidas por Artigas y que a juicio de aquel, lesionaba la
libertad de prensa.
Veamos que había dicho Artigas: “… V.S. debe velar para que no se
abuse de la imprenta que proporciona a los buenos ciudadanos la utilidad
de expresar sus ideas… que imprime a los malvados el prurito de escribir
con brillos aparentes y contradicciones perniciosas a la sociedad”. El
propósito pues de contar con un periódico no prosperó. En cambio
prosperó si, la propuesta que Larrañaga presentó al Cabildo de
Montevideo el 4 de agosto de 1815, en el sentido de proceder a la
fundación de una biblioteca pública, para la cual no sólo ofrecía legarle
los libros de su propiedad, sino asumir, en forma honoraria, su dirección.
El Cabildo respondió favorablemente a la iniciativa, destinando para
asiento de la biblioteca un local ubicado en el costado sur del Fuerte.
La inauguración tuvo lugar el 26 de mayo de 1816: en adhesión a ese
acontecimiento, dispuso Artigas que el Santo y Seña de ejército para ese
día fuera: “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”.
Se reabre en enero de 1816 el teatro la “Casa de la Comedia” que fuera
fundado por el ciudadano portugués Cipriano de Mello, representándose
la obra de Bartolomé Hidalgo, “Los sentimientos de un patriota”. Pese a
todo este esfuerzo de organización y ordenamiento tendiente a superar
una situación de desorden, provocada por los acontecimientos que
asolaron a esta Provincia, el futuro inmediato presentaba aspectos
alarmantes.
Por una parte, Buenos Aires rechazaba como algo vital para su
subsistencia, el federalismo de las Provincias argentinas, Córdoba, Entre
Ríos, Corrientes, Misiones, amparado y defendido por Artigas que en esa
época precisamente había sido aclamado por éstas como el “Protector de
los Pueblos libres”. De triunfar el empeño federativo, automáticamente
cesaría la hegemonía bonaerense, que a través del único puerto (Buenos
Aires), hacía posible a las Provincias la salida de su producción al
exterior, y de esta manera ejercía el manejo de la economía que afectaba
a cada una de ellas.
Por su lado el “Patriciado” combatía con todos los medios – manifiestos o
no – a su alcance, la política de entrega de tierra.
Agréguese, el interés, nunca abandonado, de la Corte de Portugal por
apropiarse de esta orilla del Río de la Plata, para concluir en que la
convergencia de tantos intereses en contra, señalaría el fin del
emprendimiento artiguista.
Debiendo hacer frente a la sublevación de las Provincias, Buenos Aires no
halló mejor recurso que el de interesar a los portugueses en ocupar la
Provincia Oriental quienes por supuesto veían de esta manera logrado un
antiguo propósito. Con Lecor al mando de las fuerzas lusitanas éstas
invadían por el norte de las Misiones, penetrando en territorio oriental.
Mientras Barreiro, delegado de Artigas, abandonaba precipitadamente
Montevideo, Pio Bianchi, presidente del Cabildo, se aprestaba a recibir al
general portugués, aguardándolo en la puerta de la Casa Capitular
haciéndole entrega, y declarándose honrados en hacerlo, de las llaves de
la ciudad, bajo palio y sin que faltara un Tedeum en la Catedral en acción
de gracias. El 20 de enero de 1817 el general Lecor, Barón de la Laguna,
entraba en Montevideo.
Vana fue la resistencia de Artigas quien viera diezmadas el resto de sus
fuerzas en sucesivas acciones: perdidos quienes fueran sus lugartenientes,
Lavalleja y Rivera; el primero arrestado por los portugueses y relegado a
una prisión de la Isla da Cobras, y sometido el segundo al servicio del
invasor, perseguido por Francisco Ramírez de quien se había distanciado,
el 20 de setiembre de 1820 pone fin a su campaña, imponiéndose su
autoexilio hacia el Paraguay.
Y con él, llegó a su fin este período de nuestra historia, que se recuerda
como la Patria Vieja.