AYER Y HOY

Del libro “NO GIMAS NAZARENA”

 

 

 

AYER Y HOY

 

Bueno… parecería que antes las cosas se hacían bien.

El Banco de la República había instrumentado para estos casos, lo que funcionaba como Crédito Agrícola de Habilitación; consistente en la asistencia crediticia para adquirir alimentos y los enseres necesarios para labrar la tierra. Compra de bueyes o caballos y adquisición de arados, rastras y semillas.

 

El sustento estaba precariamente asegurado – difiero con el Martín Fierro, de Hernández, cuando el Viejo Vizcacha dice que “el primer deber del hombre es defender el pellejo”, porque entiendo que el primero es lograrse el sustento – lo demás dependía del esfuerzo, capacidad y suerte – ¡y vaya que en el campo hay que tenerla, eh! – de cada una de las numerosas familias que hambreadas, también adoptaron esa decisión.

La actitud de la cúpula gobernante en su tiempo – en un juicio valorativo que nada tiene que ver con las filosofías políticas – fue de veras una revolución por sus logros. Sacar de la periferia de la Capital, cientos de familias que vegetaban improductivas e insertarlas en el medio rural, donde a la fuerza había que producir para subsistir. Y eso se llevó a cabo sin el grosero verso de la “expropiación de tierras”, manejado por los demagogos charlatanes y agitadores de siempre.

 

Se realizó en predios fiscales, por ende propiedad del Estado. Los debe de haber ahora y vendría como anillo al dedo repetir la experiencia para superar esto, que es recién el comienzo de una gran crisis.

 

No importa el costo. El Estado tiene el retorno de la inversión en la producción.

 

Seguramente que dejaríamos de ver ese ominoso negocio callejero, que cuando se observa, produce la sensación de que se traspasan baratijas unos a otros, sin provecho para nadie.

 

La vida en las calles genera la delincuencia juvenil. Rescatar a los “infanto” de ella, sería un fenomenal logro para cualquier Gobierno y por supuesto para el País.

 

Y conste que esto no lo dice un iluso economista, con propuestas utópicas elaboradas detrás de un escritorio, en un estudio calefaccionado,

queriendo trascender. Aquí la que maneja estos fundamentos, habla bajito y al oído, pero haciendo bocina con las manos, por lo que no acepta excusas de que no la oyeron y es nuestra querida, Madre Doña Experiencia.