Cielo azul de invierno

 

 

Quedaron atrás las devastadoras lluvias y

los helados aguaceros, la ominosa niebla y

el pampero hostil.

Quien esto escribe respecto al invierno que ha

concluido, ama dicha estación y así lo expresa:

 

 

 

CIELO AZUL DE INVIERNO

 

 

 

Quedaron atrás las devastadoras lluvias y los

helados aguaceros, la ominosa niebla y el

pampero hostil. El cielo se extiende azul, pálido y

pulcro como un manto sobre la Naturaleza

inmóvil. Ni una nube. El sol parece engarzado en

la bóveda celeste como un brillante en medio de

una joya y desde allí lanza duros y helados

destellos, otorga al cielo una transparencia

cristalina cuya fría pureza destaca los contornos

de temblorosas hojas aún verdes, de sarmientos

endurecidos de vid, del perfil chinesco que

dibujan ramas oscuras y desnudas o la sombra

del ala de un pájaro que pasa…

Es bello ese casto cielo de invierno cernido sobre

la ciudad, las blancas azoteas, las chimeneas

ennegrecidas o las

tejas rojizas.

 

Invita a soñar ese quieto cielo que ha

prescindido de nubes y matices y que no es sino

la proyección de una atmósfera inmaculada bajo

cuya protección se creó la vida…

Cuando cae la noche y en el horizonte se

confunden el cielo y el mar y el azulado manto

se transforma en negro terciopelo, a buril

parecen trazadas nítidas, las estrellas; los

alejados mundos penden como estalactitas y la

luna, ya sin misterios, toma del espectro solar, la

blancura inmensa que recuerda los pies de la

diosa Tetis caminando sobre las olas.

No, el invierno no simula la muerte, simplemente

se burla de la muerte. El invierno aguarda con

sus inesperados, sosegados, cielos azules.

Anuncia en el perfume de las hojas de las

violetas, el de la flor que se aproxima. Bajo la

escarcha espían las campanillas color añil. La

quietud posee una solemnidad de espera.

Inundado de brillo por ese sol no vivificante,

aquello que mantiene su verdor, parece sonreir

misteriosamente.

El invierno, como la profundidad del alma

humana, sabe aguardar, como una caja de

Pandora lleva escondida, la esperanza.

Angélica Bianchi