EL CUMPLEAÑOS DE AURELIO
Me llamo Aurelio. Tengo ochenta y nueve años y cumpliré los noventa el próximo mes de noviembre. Soy viudo, jubilado y vivo solo. Solo, no, por que me acompaña Tristán, mi perro. Tristán nació hace once años. Calculando que para él, once representa setenta y siete de un humano, si alcanza a vivir otros dos, lo cual parece probable, tendremos la misma edad en marzo de 2016. Espero que esto se cumpla. Para bien de los dos. Tengo buena salud, aparte de un pequeño sufrimiento en la región lumbar que recrudece cuando hay humedad. Además debo alejar un poco el diario todas las veces que me dispongo a leerlo, aunque por lo común escucho la radio. Colocándola junto a la oreja, desde luego. Dejé de fumar hace tiempo, y en cuanto al alcohol, una copita de vino de vez en cuando. El cardiólogo me ha aconsejado no usar demasiada sal en las comidas y caminar diez cuadras todos los días. Lo obedezco, naturalmente, cuando no llueve y no hace mucho frío. En cuanto a mi régimen alimentario, soy frugal. Cuando mi esposa, a quien Dios tenga en la gloria, cocinaba, teníamos almuerzo y cena; ahora me conformo con el almuerzo que me prepara una vecina mediante un razonable pago. De noche, me valgo del pan y la leche. Y duermo poco, pero bien. En fin, mi jubilación de Ente Público me hace posible una existencia tranquila. La soledad, a decir verdad, muchas veces me deprime. Tengo cuatro hijos, tres mujeres y un varón, y nueve nietos, más tres bisnietos, pero esto no viene al caso, pues todos trabajan, a Dios gracias, salvo los más pequeños que se están quietos solamente con la ceibalita o el celular…
Con todas estas reflexiones llego a la conclusión que la mala soledad se compensa con una buena tranquilidad. Pero esta acaba de turbarse súbitamente con una iniciativa de que ha partido de mi hija mayor: festejar mi cumpleaños!… No se si se le ha antojado a ella o si se trata solo de un pretexto para organizar una reunión con la excusa de mis noventa. Pues a mi nunca se me hubiera ocurrido festejar el hecho de ser un año más viejo; eso pasa los quince cuando uno ni piensa que otros años vendrán después…
Pero mi hija mayor fue siempre influyente en la familia y es probable que haya obtenido la general aprobación. Me he resistido y todo fue inútil. No me han consultado para nada.
Asunto concluido: un almuerzo con parrillada y no se habla más. Escabullirme ¡NI SOÑAR! Ya me veo, pues, en la cabecera de la mesa, mis consuegros uno a cada lado (dos han muerto pero quedan sus viudas) y como invitados a los dos amigos de juventud que aun me restan: Adolfo y Sergio. Adolfo enviudó y se caso por segunda vez; Sergio está confinado en una de esas casas que llaman “de reposo” y éste de seguro no vendrá…
Estaremos pues, juntos todos “los viejos” aunque mis consuegros apenas están alcanzando la decena anterior a la que yo inicio, y de seguro con íntima satisfacción por esa ventaja. Respecto al tema de una posible conversación me siento intimidado; quien me suele escuchar con atención es Tristán y no estará presente. En cuanto a las fotos, se apresurarán todos a tomarse una o varias a mi lado y tendré ¡que sonreír! En esto las mujeres se manejan mucho mejor: además de sonreír bien, se entienden entre ellas y su tema común, la patología, las identifica. Sufren o conocen a alguien que sufre de artrosis de cuello o de rodilla, de herpes o cataratas, cuando no de “la bestia negra” de tumores y quimioterapias. Para alivio, pronto será servido el almuerzo. A comenzar con una entrada donde predominarán los embutidos. Aquí, si los platos conteniéndolos provienen de la zona de “edad mediana” o sobre todo “joven”, llegaran vacíos, o casi. La juventud es más rápida que la vejez. En cualquier aspecto. Verdad incontrovertible.
Tratare de reservar un hueso para Tristán, en compensación por haberse quedado en casa.
Angélica Bianchi