Ronzoni habla de asesinos reales y figurados: de los que matan premeditadamente y de los que provocan, por su perversidad, grandes dolores.
Desfilan en este libro el anciano que mata por piedad a su esposa para liberarla de un insoportable sufrimiento; el contratista deportivo que mata accidentalmente a una adolescente y procura con vileza evadir su responsabilidad y descargarla en un empleado; la mujer que ordena asesinar a su hijo minusválido para gozar del dinero y del amor; los asesinos fríos y desequilibrados que dejan en el medio rural una siembra de cadáveres sin antecedentes históricos.
También los guerrilleros que mediante el secuestro con fines políticos y económicos, provocan que la esposa de la víctima, cargada de dolor, luche a brazo partido para liberarlo.
Está también el sacerdote con un poder omnímodo frente de una secta que somete a sus fieles, los tortura y comete actos lascivos y violencia sexual contra jóvenes cegadas por la fe y dominadas por el miedo.
Según Ronzoni: “Con diferentes matices todos son el espejo de nuestra sociedad en la cual la violencia y la degradación crecen vertiginosamente aunque se trate de ocultar.”