EN ANDAS DEL PUEBLO. El avión estaba por partir, la azafata miraba a Diego con cara cada vez más enojada. Ella no tenía ni idea de por qué ese hombre no paraba de hablar por su celular y con los demás pasajeros. En un momento gesticulaba serio, en otro se reía y cada vez que ella insistía en sus indicaciones, le ponía una sonrisa y le decía «un minuto nada más». Desde hacía un buen rato Diego discutía a varias bandas, por el celular hablaba con Pedro Abuchalja que ayudaba desde Montevideo y en el avión, con sus compañeros y los dirigentes sobre la caravana prevista al regreso.
Las discusiones habían comenzado días atrás. Desde un primer momento los dirigentes de la delegación hicieron saber a los jugadores la intención de organizar una caravana al regreso a Montevideo y luego una ceremonia. En primera instancia los jugadores se mostraron reticentes. La frustración de no haber podido obtener la medalla que deseaban dedicar a la gente, era una herida que dolía y estaba fresca. «No hemos ganado nada, no lo merecemos», repetían varios.
No obstante las noticias que venían de Montevideo eran contundentes. Todo Uruguay estaba orgulloso de ellos, había una impresionante efervescencia popular y la gente ansiaba recibirlos por todo lo alto. Se hablaba que se suspenderían las clases para que niños y jóvenes pudieran presenciar el regreso y que hasta el Presidente de la República iría a la ceremonia. Todos recibían los mismos comentarios y se fueron convenciendo de que sí, que era así. Tenían su cuota de razón los dirigentes. Finalmente con la opinión contraria de un par de jugadores que igual aceptaron la posición mayoritaria, se decidió aceptar la propuesta de una caravana y una ceremonia.
Pero una vez más los imponderables se harían presente. Cuando todo estaba previsto para llegar el lunes temprano… se atrasó la salida del avión y luego se atrasaría aún más la llegada al país. Eso llevó a nuevos intercambios de opiniones entre jugadores y dirigentes. Esta vez eran los dirigentes y los técnicos los que cedían la derecha a los jugadores, por cuanto los honores del regreso eran predominantemente para ellos. Y entre los jugadores había opiniones encontradas. Varios querían hacer la caravana sí o sí, a la hora que llegaran. Algunos porque lo veían más espontáneo, otros porque deseaban irse luego con las familias que hacía un largo mes y medio no veían, otros tenían que partir al día siguiente para el exterior. Diego por su parte trataba de pensar como el uruguayo medio… se ponía en el lugar de quienes esperaban en Montevideo… y pensaba que era cruel una caravana nocturna. Muchos opinaban como él pero como siempre, decidiría la mayoría. Y Diego hablaba a través del celular con la gente que en Montevideo trabajaba en la organización… y a la vez buscaba argumentos para terminar de convencerlos a todos… y la azafata que estaba pesada…
Mucha gente, muchos niños se perderían la ilusión de verlos… ese era el argumento, ya estaba… Levantó la voz para hacerse oír por todos sus compañeros: «A ver muchachos, desde Montevideo dicen si suspenden las clases o no». Se sintieron palabras de asombro… «¿de nosotros depende que se suspendan las clases en Uruguay?»… «sí, así es, así que no podemos fallarles a los chiquilines. Se suspenden las clases ¿verdad?»
El argumento del convincente capitán fue lapidario y un coro de voces contestó de acuerdo. Diego comunicó a Montevideo que al llegar irían al Complejo Celeste y harían la caravana al otro día partiendo desde allí a las once de la mañana. Le avisó al presidente de la delegación y al director técnico la decisión, apagó su celular, le dedicó una sonrisa más amplia a la enojada azafata y se fue a sentar feliz a su asiento.