El hombre de los ojos azules

Sucedió entre el Sakatchewan y Alberta en las cercanías del Lago Athabasca al comienzo de un invierno que prometía ser duro. Sobre la vasta planicie, verde durante el estío y ahora cubierta de nieve, una hilera de indios zigzagueaba rumbo a sus tiendas, los hombres delante, las mujeres detrás llevando colgados sus “papoos” a la espalda. De pie debajo el techado de la factoría, Lucy Sanders los seguía con mirada complaciente: le habían vendido sus pieles, eran astutos y regateaban, pero ella les conocía bien: de niña había jugado con sus niños, de éstos había aprendido su lengua y conocido los pensamientos; les quería así, aún pobres y sucios, porque les consideraba los verdaderos dueños de aquel inmenso, inhóspito territorio…