Con el resplandor de las novelas volátiles, esta obra viajera –con percepciones metafísicas– se caracteriza por la originalidad de la escritura. Texto siempre en movimiento, donde se aproximan el arcano y el inexplorado Universo.
La a cción tiende a ser vertiginosa. Sus habitantes son humanos y, a veces, extraños, tan sensuales como Jazmín y profundos como el poeta indigente, sin identidad, que la persigue con pasión. En esa búsqueda se produce, como en taumaturgia, la sublimación del sexo, en momentos literarios de sorprendente vitalidad. Con prosa certera, a menudo caudalosa, Enrique Estrázulas consigue una narración atípica. Allí campean el humor, el misterio y la poesía. El sueño del ladrón nos coloca como perseguidores de los imposibles, los mismos que, sin embargo, viven en la realidad. El lector, cautivado desde la primera línea, es partícipe de una burla a la mediocridad y celebra los viajes de la inteligencia. El texto completo tiene la apariencia de abarcar dos novelas breves con los mismos personajes, que se juntan y se diversifican.
