Historias de diván (Nueve relatos de vida)

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Cada vez que suena el teléfono de mi consultorio, sé que del otro lado de la línea alguien me está pidiendo ayuda. Y es allí en donde encuentro mi lugar como analista. En ese espacio que una persona abre entre la angustia y el dolor, entre la impotencia y el deseo de salir de un lugar de sufrimiento.

Cuando un paciente (padeciente) viene a mí, sé que me está invitando a compartir un desafío. El desafío de que lo acompañe en un recorrido tan incierto como peligroso: el que lo lleva hacia lo más profundo y secreto de su alma. ¿Qué hay allí? No lo sé. Cada persona es única. Su historia, sus anhelos, sus temores y sus deseos más profundos la convierten en un ser irrepetible, dueño de una verdad oculta que debo ayudarle a develar.

Por estas páginas transitan emociones fuertes que desequilibran a quienes las sienten. El terror al abandono y la incertidumbre que genera en una mujer llegar a los cuarenta años y tener que armar su vida nuevamente. La confusión de un hombre que se debate entre dos mujeres sin poder optar por el amor o la pasión. El sufrimiento de una mujer mayor ante la pérdida de su esposo y la imposibilidad de superarla, un sentimiento que la condena a un duelo eterno. Una joven homosexual que se ve obligada a callar lo que todos saben y a negar su verdadero ser por temor al rechazo familiar. La fortaleza de una adolescente que le pelea a una enfermedad terminal y que decide apostar a la vida. Celos tan inmanejables que le impiden a un hombre joven, inteligente y culto llevar adelante una relación afectiva sana y que, en realidad, son el producto de una dolorosa historia infantil. Una mujer con problemas sexuales que esconde una vivencia trágica sufrida en su niñez, la culpa, ese afecto eternamente presente en todos que, en este caso, le imposibilita a un hombre realizar plenamente su vocación y la angustia de una joven que ha encontrado en la prostitución la única y angustiante manera de enfrentar los problemas de su vida.

Celos, duelo, culpa, amor, pasión, angustia, estados de crisis y actitudes perversas. La vida y la muerte. Pero, por sobre todas las cosas, el deseo de luchar y la valentía de personas que decidieron ir en busca de su verdad para poner fin a tanto padecimiento.

Porque eso es un paciente: alguien que sufre y que a la vez está dispuesto a luchar para dejar de hacerlo. Y en el medio de ese dolor, al tomar conciencia de que solo no puede, llega al consultorio con dudas, temores e imposibilidades. Pero también con confianza. Con la confianza en que pueda ayudarlo a atravesar el momento difícil que está pasando. Por eso me expone su historia, me abre su vida, me muestra aquello que lo avergüenza y espera, con toda justicia, que yo haga algo con eso que me brinda.

Cada analizante trae un jeroglífico, algo que se oculta y que desde su escondite se resiste a salir a la luz. Mi deber es ayudarlo a descifrarlo, y para llevar adelante esa misión dispongo solo de tres armas: el paciente, el analista y la palabra.