Desde la ventana de su casa, la señora Sweet mira en perspectiva su presente y su pasado, su entonces y su ahora. Su anatomía conmovedora de un matrimonio roto —el señor Sweet ha empezado a odiarla— también nos habla de una juventud rota, ya que ella emigró a Estados Unidos «en un barco bananero», como su marido suele insistir en señalar. Pese a la felicidad y el alivio que le proporcionan sus hijos, el joven Heracles y la bella Perséfone, pocas cosas pueden distraerla de su obsesión por los erráticos progresos de su jardín o alejarla de la habitación contigua a la cocina donde a menudo se encierra para interrogar al pasado.
Jamaica Kincaid envuelve al lector en un mundo a la vez familiar y sorprendente en su novela más audaz hasta la fecha, que algunos han interpretado como una oda a la venganza y que, al igual que Lucia Berlin, difumina deliberadamente los límites entre lo ficticio y lo autobiográfico.